Ludwig Wittgenstein (1889-1951) es considerado en la actualidad como uno de los filósofos más originales e influyentes del siglo XX. Sin embargo, a pesar de que dos escuelas filosóficas bien conocidas creyeron encontrar en sus métodos y pensamientos no pocos motivos de inspiración y confirmación (el neopositivismo del Círculo de Viena y la filosofía del lenguaje ordinario de Óxford o filosofía analítica), él mismo rechazó ser identificado con ninguna de ellas. Por otra parte, aunque se acostumbra a inscribir su trabajo filosófico en el ámbito de la llamada filosofía del lenguaje y del giro lingüístico (Rorty) experimentado por la filosofía desde Nietzsche, cabe defender la tesis de que Wittgenstein no dejó de ser, en el fondo, un autor metafísico, aunque de forma muy peculiar. Debemos aclarar, pues, qué tipo de pensamiento nos ha legado Wittgenstein, cuál era su intención filosófica y qué retos plantea a la filosofía y a la teología. Probablemente, así resulte mejor dibujado el perfil de su indiscutible figura filosófica.
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Perspectiva lírica en Rosalía de Castro
Notas Previas
1. Para el texto de los poemas utilizaré como fuente primaria la edición de Poesías, publicada por el Patronato Rosalía de Castro, en edición preparada por la Cátedra de Lingüística y Literatura Gallega de la Universidad de Santiago, con prólogo de su titular, Ricardo Carballo Calero. Esta edición es la que sigo para todas las citas, mientras no se indique lo contrario. Por primera vez, se ha planteado críticamente la edición de los textos rosalianos fundamentales (Cantares gallegos, Follas novas y En las orillas del Sar). Como explica el prologuista, ha partido siempre de las ediciones hechas en vida de la autora, procurando respetar al máximo los textos de Rosalía. En general, la ortografía es la académica vigente, salvo cuando exigen otra cosa razones de métrica o el deseo de conservar el sabor original de algunos dialectalismos. Se ha revisado a fondo la puntuación, que muchas veces era incongruente. Esta edición me parece un avance muy notable en los estudios rosalianos y retrasé la entrada en imprenta de este estudio para seguir sus lecturas. Sin embargo, hay que recordar que no es completa, pues no recoge los primeros libros de Rosalía ni los poemas añadidos a sus obras después de muerta su autora. En estos casos, recurro a la edición de Obras completas de Ed. Aguilar.
2. En toda obra literaria es un elemento esencial la actitud que el autor adopta con respecto a la materia que va a tratar, es decir, la perspectiva. Aparte de las cuestiones de tipo teórico que se plantean, esto suele cristalizar en la adopción de una serie de técnicas perspectivísticas que han sido estudiadas especialmente en la novela contemporánea: por ejemplo, narración en primera, segunda o tercera persona; limitación de la autora; empleo del monólogo interior en sus diferentes modalidades. Este problema y estas técnicas concretas no son exclusivas de la novela sino que pueden y en muchas ocasiones deben ser estudiadas en el campo de la poesía narrativa e incluso, lírica. Esto es lo que hemos intentado con Rosalía de Castro.
En la obra de Rosalía de Castro se pueden distinguir sus distintas posturas ante la obra, distintos puntos de vista. Hay poemas en los cuales la subjetividad de la autora encuentra un cauce directo e inmediato de expresión a través de la primera persona y poemas en los que se da un primer intento de objetivación mediante el uso de la tercera persona tomada de la poesía narrativa. Y hay también infinidad de poemas en los que el yo que habla no es la poeta; son monólogos de personas que aparecen un momento para desaparecer al acabar sus palabras; diálogos de unos seres ante los que la poeta desempeñó una función puramente transmisora: escuchar y reproducir.
Dentro de la poesía lírica, Rosalía de Castro muestra una cierta tendencia hacia la dramática. Mientras que los elementos narrativos, la poesía épica, carece prácticamente de representación en su obra —y no le faltó tema con la emigración gallega— hay claros indicios de una dramatízación de la lírica. Algunos de sus poemas o fragmentos de otros podrían pasar por cortas escenas dramáticas o diálogos de una pieza teatral. Creo que esta tendencia no obedece a un deseo de objetivar los hechos contados, que estaría en contradicción con la subjetivación que hemos podido observar, por ejemplo en las descripciones, sino a un deseo de dar animación y vivacidad a la realidad mediante la utilización de distintas perspectivas.
En los poemas puramente líricos, es decir, en aquellos en que la autora habla de sí misma en primera persona, encontramos ya un intento de introducir una nueva perspectiva mediante la implicación del lector. Rosalía de Castro no se limita, generalmente, a hablar, a decir lo que siente o piensa, sino que quiere entablar un diálogo con el lector y esto que, como aspiración, se encuentra en todo poeta, en ella adopta dos formas: la interrogación y el uso del vosotros.
Las interrogaciones son frecuentísimas en toda su obra y en muchas ocasiones su función es ampliar la pura referencia individual mediante la respuesta implícita en la pregunta. La poeta habla de sí y por sí misma, pero la pregunta —y su respuesta— nos hace sentirnos implicados en aquello. Supone un asentimiento o una negación por nuestra parte: nuestra respuesta que se añade a la de la poeta.
¿Quén ó pasado volve
os ollos compasivos? ¿Quén se lembra dos mortos, si inda non poden recordarse os vivos?
(F. N. 189)
¿Por qué ten a maldade forza tanta?
(F. N. 267)
¿Qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
(O. S. 320)
¿Qué es soledad?
(O. S. 323)
¿por qué, pues, tanto luchamos
si hemos de caer vencidos?
(O. S. 357)
Mediante el uso del tú o del vosotros Rosalía de Castro hace intervenir de forma directa al lector en el poema. Éste no es una parte de la vaga e indeterminada masa para la cual, en definitiva, escribe la poeta, sino unos seres concretos a quienes habla, pregunta, aconseja, escucha y responde; a quienes, en ocasiones, dice cosas molestas. Veamos algunos ejemplos:
Diredes destes versos, i é verdade,
que tén estrana insólita armonía…
[…]
Eu diréivos tan só que os meus cantares
así sán en confuso da alma miña…
(F. N. 166)
Busca estes amores…, búscaos,
si tes quen chos poida dare…
(F. N. 181)
Vosotros, que lograsteis vuestros sueños,
¿qué entendéis de sus ansias malogradas?
Vosotros, que gozasteis y sufristeis,
¿qué comprendéis de sus eternas lágrimas?
No murmuréis del que rendido ya bajo el peso de la vida
quiere vivir y aún quiere amar.
(O. S. 353)
Otro medio de enriquecer la perspectiva única de la poeta es introducir en un poema de fondo narrativo las palabras de uno o más personajes en estilo directo y en forma de monólogo o diálogo. Esta técnica es la característica de los romances históricos y de las leyendas de la época romántica. Rivas y Zorrilla debieron de darle la pauta a Rosalía de Castro ya que en su primer libro encontramos dos ejemplos de esta técnica: en los poemas «Un desengaño» y «La rosa del Camposanto». El primero comienza con la presentación del ambiente y el relato de lo sucedido: el amante ha prometido a Argelina que irá a buscarla al día siguiente y ella ha esperado en vano. Convencida de que ha sido engañada, la joven inicia un planto que el poeta reproduce en estilo directo:
Mirando el bien que se aleja
con su fugitivo encanto,
dijo en tristísima queja:
¿Por qué tan sola me deja,
cuando yo le amaba tanto?
(O. C. 216)
La intercalación de monólogos no plantea ningún problema a la autora. Tras las palabras introductorias deja paso libre al personaje que habla en primera persona. Así, en «La rosa del Camposanto», después de la presentación del ambiente —noche tormentosa— y de la protagonista, se pasa al estilo directo:
Y, sin embargo, velando
una mujer algo espera…
[…]
Y exclama con triste queja:
«Ya son las doce. ¡Dios mío!
Ya mi esperanza se aleja…»
(O. C. 231)
Dijo, exclama, son las fórmulas que abren el camino al monólogo. Más problemáticos son los diálogos intercalados, ya que el autor vacila entre respetar la independencia de los discursos de los personajes con peligro de que no sepamos bien quién habla, o repetir las fórmulas introductorias «dijo ella», «contestó él», etc. Hay ejemplos de las dos técnicas.
En «La Flor»:
«¿Por qué la noche has faltado
que aquí venir me juraste?»
«Porque la fortuna al traste
dio con mi intento soñado…»
(O. C. 233)
«¡Es su recuerdo, no lo dudo,
cuando la niegas a mi afán…!»
«Tómalas, Inés —él le responde—;
¡sus hojas, ¡ay!, te abrasarán!»
En Cantares gallegos:
Dille estonces, mentras tanto
que en bicalo se recrea:
—Miña xoia, miña xoia,
miña prenda, miña prenda,
¿qué fora de ti, meu santo,
si naiciña non tiveras?
¿Quén, meu fillo, te limpara,
quén a mantensa che dera?
—O que manten ás formigas
e ós paxariños sustenta.
Dixo Rosa, i escondéuse
por antre a nebrina espesa.
(C. G. 87)
Respetando la independencia de los discursos:
—Acóchame co eses trapos,
que estou tembrando de frío.
—Non vexo trapos nin toldo
con que te poída tapare,
arrímate ó pe do lare
ou métete antre o rescoldo.
—Seica teño calentura…
¡Bruu!, seica vou morrere.
—Non te afrixas, ña mullere,
que che irei catalo cura…
(O. C. 382)
Véase también cómo este respeto a las palabras de los personajes sin incisos aclaratorios ocasiona a veces confusión al no poder distinguir, en la animación del diálogo, las frases que dice cada personaje:
¡Coló, coló! —Ben nos preste,
porque sin estos consolos
andivéramos máis solos
os vellos do que anda a peste.
—¡Ten un piquiño! —¡Qué noria!
Con pique ou non, compadriño,
dempois de Dios ¡viva o viño!
—¿E haberá viño na groria?
¡Coló, coló! —¡Cousa boa!
¡Cólase como xarabe!
—Meu compadre, ó que ben sabe
corre sin trigo nin broa.
—O viño de quente pasa,
mais é mellor o que eu teño.
¿Como qué?—A probalo, deño,
vas vir ora a miña casa.
En Follas novas no faltan ejemplos de fórmulas introductorias:
—Sé astuto si é que sabes,
víngate das ofensas si é que podes…
[…]
Esto un gallego montañés e rudo…
[…]
ó agonizar lle aconsellaba a un fillo…
(F. N. 227)
Pero es muy frecuente un tipo de diálogo en el que cada personaje menciona el nombre del otro con quien está hablando, evitándose así la posible confusión:
—¿Quén te pragueóu, ña filla?
¿Qué males, meu ben, fixeras?
—Non mo preguntés, mi madre,
vale máis que nunca o sepas.
[…]
—Fala, rapaza, que sinto
ferverme o sangre nas venas.
—Que eu non vexa a luz do día,
que a luz a min no me vexa…
Mi madrina, mi madrina,
non me maldizás cal ela.
(F. N. 202)
Téngase en cuenta que la poesía no ha de ser leída sino oída. Los signos que indican el diálogo pueden ser una aclaración para el lector pero, en realidad, la técnica del diálogo ha de juzgarse “al oído”. Y estas repeticiones del nombre o apelativo de los personajes son los índices de cambio para el oyente. Vamos a prescindir en un ejemplo de los signos de puntuación que señalan la transición y veremos claramente cómo ésta viene indicada por los apelativos:
Ña nai, a vaca marela
tembra coma vós na corte.
¿Fixo algún pecado ela?
¿Virá un raio a darlle morte?
Si ela non fixo pecado,
mal cristiano, ti o fixeche;
que es pecador rematado
mesmo dendes que naceche.
«Ña nai» y «mal cristiano» son los índices de comienzo del diálogo y del cambio de persona.
Más escasos son los ejemplos de perspectivismo en el último libro de Rosalía de Castro, pero entre los que hay se encuentran las dos técnicas que venimos señalando:
Arreglando su hatillo, murmuraba
casi con la emoción de la alegría:
—¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos
abandonar nuestras humildes tierras…
…y allí otra voz murmura al mismo tiempo…
Sin fórmulas, presentando las palabras de cada personaje independientemente:
a quien aún más que a Dios amo y venero,
ciego creer que este tu amor primero
ser por mi dicha el último podría.
Mas…
—¡Qué! ¡Gran Dios, lo duda todavía!
—¡Oh virgen candorosa!
¿Por qué no he de dudarlo al ver que muero,
si aun viviendo también lo dudaría?
—Tu sospecha me ofende,
y tanto me lastima y me sorprende
oírla de tu labio,
que pienso llegaría
a matarme lo injusto del agravio.
—¡A matarla! ¡La hermosa criatura
que apenas cuenta quince primaveras!
¡Nunca!… ¡Vive, mi santa, y no te mueras!
—Mi corazón, de asombro y dolor llenas.
—¡Ah!, siento más tus penas que mis penas.
—¿Por qué, pues, me hablas de morir?
—¡Dios mío!
¿Por qué ya del sepulcro el viento frío
lleva mi nave al ignorado puerto?
—¡No puede ser!… Mas oye: ¡vivo o muerto,
tú solo, y para siempre!… Te lo juro.
(O. S. 356)
Observamos una diferencia entre la primera obra de Rosalía de Castro y las restantes. En La Flor, monólogos y diálogos aparecen engarzados en un contexto narrativo. Son como paréntesis o ventanas abiertas en el poema para ofrecer una nueva perspectiva. Desde Cantares gallegos, estos monólogos o diálogos aparecen muchas veces al comienzo del poema, yendo en segundo lugar la parte narrativa que, a veces, se reduce a un corto comentario de la autora. Esta presentación tiene sobre la primera la ventaja, desde el punto de vista de la perspectiva, de una mayor independencia. Hasta tal punto que en alguna ocasión la parte narrativa que contiene la opinión del poeta sobre los hechos nos sorprende, por contrastar con la opinión que nosotros nos habíamos formado por las palabras precedentes. Así en el poema siguiente:
—Para a vida, para a morte
e para sempre en jamás,
pedinte a Dios, e Dios dóuteme
por toda unha eternidá.
—Para a vida, para a morte
e para sempre en jamás,
quero ser vosa, e que séades
o meu señor natural.
—Mais a que así querer sabe,
non debe ter pai n’irmán;
nin home, si é que é casada;
nin fillos, si acaso é nai.
—Espantada o que estás decindo…
Mais eu sinto que é verdá;
lévame, señor, que irei
onde me queiras levar…
—Pois vente… ¿Qué importa o mundo
a quen ten a eternidá?
Xuntos hemos de vivir,
xuntos nos han de enterrar,
e os nosos corpos aquí,
e as nosas almas alá,
quer Dios que en unión eterna
estén pra sempre jamás…
Cal ó paxaro a serpente,
cal á pomba o gavilán,
arrincóuna do seu niño
e xa nunca a el volverá.
(F. N. 220)
El diálogo entre los dos amantes nos ofrece una imagen de ellos distinta a la que nos presenta la poeta en su comentario final. Por las palabras de la mujer vemos que ella se ofrece al hombre y él, por su parte, nos parece sincero en sus promesas de amor. Por eso, cuando la poeta dice que fue arrancada de su nido, sus palabras representan un punto de vista nuevo y sorprendente para nosotros.
Algo similar sucede en el poema siguiente:
¡Ánimo, compañeiros!
Toda a terra é dos homes.
Aquel que non veu nunca máis que a propia
a iñorancia o consome.
¡Ánimo! ¡A quen se muda Diolo axuda!
¡I anque ora vamos de Galicia lonxe,
veres desque tornemos
o que medrano os robres!
¡Mañán é o día grande, ¡á mar, amigos!
¡Mañán, Dios nos acoche!
¡No sembrante a alegría,
no corazón o esforzo,
i a campana armoniosa da esperanza,
lonxe, tocando a morto!
(F. N. 280)
Las palabras iniciales, llenas de aliento y esperanza, nos presentan la postura de algunos de los emigrantes gallegos. Los cuatro versos finales, narrativos, nos ofrecen la visión que de los hechos tiene el poeta; visión pesimista y desalentadora. Ambas visiones se contrarrestan. Las palabras del emigrante sentimos que, en gran parte, son verdaderas: las grandes gestas, las grandes conquistas fueron llevadas a cabo por hombres que abandonaron sus tierras para lanzarse hacia un mundo desconocido. Las palabras de la poeta también nos parecen verdaderas: la experiencia demuestra que las esperanzas de los emigrantes están en su gran mayoría condenadas al fracaso. Optimismo y pesimismo; dos visiones del mundo que, en definitiva, enriquecen nuestra percepción de la realidad. Esta doble visión está favorecida por la forma de presentar en primer término y en estilo directo, sin fórmulas introductorias, el discurso del personaje.
No parece, sin embargo, que Rosalía de Castro fuese consciente de que esta manera de presentar monólogos o diálogos en primer término constituía un avance en la técnica de la perspectiva, ya que, si bien es más tardía en su aparición, no desplazó a la técnica primera, que convive con ella hasta su último libro. Así, en unos poemas nos presenta primero las palabras de los personajes («¡A probiña, que está xorda!», F. N. 253; «Tanto e tanto nos odiamos», F. N. 270; «A la sombra te sientas de las desnudas rocas», O. S. 363…) y en otros la parte narrativa («Vendéronlle os bois», F. N. 278; «No craustro», F. N. 296; «Con ese orgullo de la honrada y triste», O. S. 382).
Como ejemplo excepcional de técnica perspectivisticas señalamos el poema «O forno está sin pan» que a continuación reproducimos. En él, la transición de la parte narrativa que contiene la visión de la poeta a la parte que contiene la visión del personaje se hace sin recurrir a fórmulas introductorias y sin índices que señalen el cambio. De forma gradual se pasa de una a otra visión. Veamos el poema:
O forno está sin pan, o lar sin leña, non canta o grilo alí
e se non é a pena que o consome, o probe sólo está co seu sufrir.
Sin que comer e sin abrigo tembra, porque os ventos son sutils
húmedos inda silban entre as pedras i as portas fan xemir.
¡Qué ha de facer, Señor, si o desamparo ten o redor de sí!
¿Deixar a terra en que nacéu i a casa en que espera ter fin?
¡Non, non, que o inverno xa pasou i hermosa primavera vai vir!
Xa os árbores abrochan na horta súa, xa chega o mes de abril,
i aunque a torrentes chove en horas tristes, en outras o Sol ri;
xa a terra pode traballarse; a fame dos probes vai fuxir!
¡Ai! o que en ti naceu Galicia hermosa, quere morrer en ti
(F. N. 283-4)
Desde el verso en que dice «¡Non, non!, que o inverno xa pasóu…» hasta los dos últimos versos, el poema está reproduciendo la visión de los hechos del campesino. No sus palabras, puesto que dice «Xa os árbores abrochan na horta súa», es decir, en la huerta de él; si fuera estilo directo diría «en mi huerta». Sin embargo, a partir de ese momento, en los cinco versos siguientes nada nos indica si habla el campesino o el poeta, pero el sentido nos hace atribuirlas al primero. Sobre todo porque los dos versos finales, con su ¡ai! conmiserativo, parecen contener la opinión del poeta sobre las frases anteriores. De forma gradual la autora pasó de reproducir los sentimientos a reproducir las palabras y con ellas la visión del mundo del campesino.
De todos los libros de Rosalía de Castro los más ricos en técnicas perspectivisticas son Cantares gallegos y Follas novas. En ellos, la poeta abandona sus preocupaciones, su propia voz, para reproducir con una gran fidelidad las preocupaciones, los sentimientos, el modo de ver la vida de las gentes que la rodeaban. No es que en estos libros no haya poemas puramente subjetivos, expresivos de su intimidad, que sí los hay, pero, comparándolos con En las orillas del Sar, la proporción es mucho menor.
En Cantares y Follas nos encontramos con poemas enteramente dialogados. Como en un fragmento teatral, la poeta se limita a escuchar y reproducir. No hay elementos descriptivos, no hay comentarios a los hechos: sólo palabras de unos seres que por su modo de hablar van adquiriendo un perfil definido ante nosotros. Son como cortas escenas teatrales, pequeños sainetes, piezas costumbristas. Así, aparecen ante nosotros la vieja vagabunda, pobre pero bien hablada, rica en experiencia y buen sentido, resignada y agradecida, y la joven campesina, generosa y compasiva, que se admira de los saberes de la vieja, de sus buenas palabras y conocimiento del mundo, que acepta sus consejos y le ofrece albergue y comida por una noche (C. G. 28); así, los jóvenes amantes que como Romeo y Julieta se separan al llegar el alba (C. G. 33); la costurerita deseosa de bailes y la santa que se niega a enseñárselos y la reprende severamente (C. G. 36); la pareja de jóvenes que no acaban de entenderse y se acusan mutuamente de veleidosos y traidores (C. G. 119); los amantes furtivos que buscan la oscuridad y el silencio para realizar sus deseos (F. N. 208); los amantes que huyen (F. N. 218); la joven que sigue amando al hombre que la abandonó y el cortejo de personas que opinan sobre el hecho (F. N. 288); dos novios que se encuentran tras larga ausencia y con distintos sentimientos, pues ella sigue enamorada, mientras él considera el pasado como una aventura más, sin trascendencia, totalmente olvidada (F. N. 292); dos emigrantes, uno de los cuales regresa a la patria y escucha las cínicas palabras de despedida del otro, que ha abandonado a su mujer y sólo piensa regresar cuando ya no pueda con sus huesos (F. N. 299); el matrimonio que escucha acongojado el paso de los alguaciles que hacen los embargos en la aldea (F. N. 306)… Toda una galería de tipos humanos cruza así, brevemente, por las páginas de estos dos libros.
En la mayoría de estos poemas el diálogo se presenta de forma alternante, es decir, habla un personaje, después el otro, de nuevo el primero y así sucesivamente. Pero hay algún poema que adopta la forma de dos monólogos: dos largos parlamentos pronunciados por cada uno de los personajes. Aunque por el sentido sean pregunta y respuesta, la forma es la de dos monólogos escasamente relacionados. Así, en el cantar XXVI, habla primero el hombre declarando su amor y preguntando las causas del alejamiento de la mujer; a continuación responde ella, pidiendo respeto para su dolor, pues su marido murió y ella busca la soledad. En el XXVII, una joven se interroga sobre las causas de las veleidades de su pretendiente. La segunda parte del poema es la respuesta del mozo, acusando a la chica de los mismos defectos.
Aparte de los poemas dialogados en los que alguno de los personajes es un hombre, hay otros en los cuales el punto de vista es solamente masculino; es decir, las palabras del poema están puestas en boca de un hombre. ¿Qué motivos tiene el poeta para adoptar el punto de vista masculino? En los poemas dialogados de carácter amoroso aparecen claramente diferenciadas las posturas de los dos protagonistas: en «Cantan os galos pra o día» (C. G. 33) la joven prudentemente aconseja la retirada del galán antes de que llegue la luz, mientras que él insiste en quedarse. En «¡Nin as escuras!» (F. N. 208) uno de los hablantes (suponemos que el varón) lleva la iniciativa de la aventura, mientras su acompañante da muestras de miedo y vacilación. En «¡Valor!, que anque eres como branda cera» (F. N. 218) es también el hombre quien lleva la iniciativa. En «N’ é de morte» (F. N. 292) contrasta la constancia amorosa de la mujer con el donjuanismo del hombre. Se trata, pues, de ofrecer dos puntos de vista sobre una realidad. El hecho amoroso, al ser presentado objetivamente —mediante el diálogo—, exige la presencia de los dos protagonistas. Pero ¿a qué obedecen los monólogos de hombres? ¿Se trata de vivencias exclusivamente masculinas? En absoluto; son poemas en los que se declaran sentimientos amorosos, esperanzas traicionadas, decepciones que carecen de sexo y de las que tenemos también en la obra de Rosalía de Castro la versión femenina. En algún caso, el cantar o refrán popular que glosa el poema condiciona el sexo del protagonista, pero esto no es general. Creo que la elección del punto de vista masculino es voluntaria y obedece al deseo de ofrecer una perspectiva más sobre la realidad: a través de su obra oímos hablar a jóvenes y viejos, ricos y pobres, optimistas y pesimistas. No podía faltar la categoría más amplia y general del sexo; tiene que haber hombres y mujeres hablando sobre hechos muy similares; ofreciendo su versión masculina o femenina de la realidad.
Sin pretender clasificaciones rigurosas, veamos la similitud de sentimientos expresados por hombres y mujeres, veamos la versión masculina y femenina de los hechos.
Ante la traición amorosa, el dolor en el hombre se hace violencia y rencor («Quíxente tanto, meniña», C. G. 57):
[…] Dempóis que sí me dixeches,
en proba de teu amor, décheme un caraveliño que gardín no corazón. ¡Negro caravel maldito, que me firéu de dolor! Mais, a pasar polo río, ¡o caravel afondóu…! Tan bo camiño ti leves como o caravel levou.
La mujer sigue amando al que la olvidó («Cuando a luniña aparece…», C. G. 135):
[…] ¡Coitada de min! ¡Coitada!
Que este meu peitiño nobre
foi para ti deble xunco
que ó menor vento se torce.
¡I en recompensa ti olvídasme!
Dasme fel, e dasme a morte…
¡Que este é o pago, desdichada,
que á que ben quer dan os homes!
Mais ¡que importa! ben te quixen…
Querreite sempre… Así cómpre
a quen con grande firmesa,
vidiña i alma entregouche.
Ahí tes o meu corazón,
si o queres matar ben podes,
pero como estás ti dentro,
tamén si ti o matas, morres.
O comenta con amarga ironía la inconsistencia de las promesas amorosas («Vivir para ver», F. N. 291).
El amor platónico tiene también la doble versión. Menos problemática en el hombre («Acolá enriba», C. G. 67) que se limita a cantar la belleza de la mujer amada, su creencia —engañosa— de que ella le llama; su deseo de que el padre se la dé por esposa. En la mujer se complica con trabas morales («Díxome nantronte o cura», C. G. 53) y sociales, ya que su condición femenina la obliga a una actitud de pasividad que contrasta con la violencia de sus sentimientos.
Los ataques a Castilla proceden de una mujer cuyo marido murió a consecuencia del mal trato recibido en aquella tierra a donde había ido a trabajar («Castellanos de Castilla», C. G. 122) y de un hombre que ha sido desdeñado por una castellana («Castellana de Castilla», C. G. 97). Aunque los motivos son distintos, en el fondo alienta un mismo sentimiento:
Din que na nobre Castilla
así ós gallegos se trata: mais debe saber Castilla, que de tan grande se alaba, que sempre a soberbia torpe foi filla de almas bastardas;
Castellanos de Castilla,
Tratade ben ós gallegos.
Cando van, van como rosas,
cando vên, vên como negros
[…]
En trós de palla sentados,
Sin fundamentos, soberbos.
Pensás qu’ os nosos filliños,
para servirvos naceron.
La saudade amorosa tiene también doble intérprete. Dice el hombre («Queridiña dos meus ollos», C. G. 100):
Nada me distrái, Rosiña,
da pena que por ti sinto;
de día como de noite
este meu corazonciño
contigo decote fala
porque eu falar ben o sinto;
un falar tan amoroso
que me estremeso de oílo.
¡Ai!, qué estrañeza me causa
e soidás e martirio,
pois así cal el che fala,
quixera falar contigo,
cal outros tempos dichosos,
dos nosos amores finos.
Dice la mujer («Pasa río, pasa río», C. G. 82):
¡Si souperas qué estrañesa,
si souperas qué sofrir
desque del vivo apartada
o meu corasón sentíu!
Tal me acoden as soidades,
tal me queren afrixir,
que inda máis feras me afogan,
si as quero botar de min.
El refrán gallego «eu por vós, e vós por outro» fue desarrollado por Rosalía de Castro en un poema en el que un galán ve salir por la noche, sola, a la dama de sus pensamientos. Llevado de su amor la sigue dispuesto a protegerla de cualquier peligro hasta que se da cuenta de que ella acude a una cita con otro hombre. Aunque las circunstancias sean distintas, la vivencia de amar a una persona que no le corresponde es también expresada por una mujer.
Sin que sepás que vos sigo,
iréi tras de vós agora,
por si vos tenta o enemigo;
i entanto non sai a aurora
non vos deixaréi, señora.
[…]
Embárgame o asombro a ialma…
¡Ai amor tolo…, amor tolo!…
Ben di aquel refrán sabido:
eu por vós, e vós por outro.
(F. N. 218)
O meu olido máis puro
dérache si eu fora rosa;
o meu marmurio máis brando
si é que do mar fora onda;
o bico máis amoroso
se fose raio da aurora,
sí Dios…, mais ben sei que ti
non qués de min nin a groria.
(F. N. 294)
Hay algunos monólogos masculinos para los cuales no hemos podido encontrar el correlato femenino, quizá porque representan posturas típicamente masculinas. Hay dos, agrupados bajo el título de «Las canciones que oyó la niña» (O. S. 350). En el primero, un enamorado confiesa a su amada cómo con el pensamiento penetró en su alcoba, y cómo «el aroma purísimo» que exhalaba su pecho disipó sus «malos deseos». En el segundo, declara que no quiere que ella ame a otro con la misma pasión con que él la ama. Con evidente egoísmo concluye:
Antes que te abras de otro sol al rayo
véate yo secar, fresco capullo.
En otro monólogo un hombre lamenta la pérdida de la buena fama de la mujer a quien en otro tiempo amó («Vinte unha crara noite», C. G. 62).
El monólogo masculino que nos parece más curioso es el del poema que comienza «Pois consólate, Rosa» (F. N. 307). En él un hombre, dirigiéndose a esta mujer llamada Rosa, le cuenta su teoría sobre el amor —muy similar a la stendhaliana de la cristalización—, que ha construido partiendo de su propia experiencia amorosa. Comienza recordando los tiempos en que estuvo muy enamorado:
¿Non te acordas daquéla?
Todo nela era encanto e fermosura,
todo inocencia pura;
[…]
¡Todo ós meus ollos era santo nela!
Pero pasó el tiempo. Ella se fue para El Ferrol y él para Cambados. Un día coinciden en la feria «do Campelo» (obsérvese el realismo localista de las referencias). Y el hombre constata asombrado la nueva realidad:
…i eu busca que te busca na súa cara,
e no seu xeito todo,
o encanto que nun tempo me encantara,
e n’o poiden topar de ningún modo.
Podríamos pensar que el paso de los años ha desfigurado a la que en otro tiempo fue hermosa. Pero el cambio ha sido más sutil. Lo que él busca en vano es el encanto. La belleza no ha cambiado:
I ela era a mesma, tan lanzal e hermosa,
tan fresca e colorosa
e dose coma a mel dos seus cortisos;
mais a tantos feitisos,
eu estaba insensibre
e do pasado en vano perseguía
un volubre fantasma que fuxía
libre de amor e de cadeas libre.
Meditando sobre estos hechos, el hombre llega a la conclusión de que el encanto no procedía de las perfecciones físicas o morales de la mujer, sino que era algo que él mismo le prestaba:
Meditéi un momento,
e con certo remorso e sentimento
ó cabo comprendfn, ña Rosa cara,
que tanto ben i encanto que namora,
hada para mín fora
si aló cando eu a amara
outros o meu amor non lle emprestara.
Y, elevándose de su caso particular a consideraciones generales, llega a la conclusión de que lo propio del amor es no ver la realidad, sino crear una realidad nueva; es como una nube o transparente gasa que envuelve al objeto amado, que se interpone entre él y el enamorado. Y cuando el amor se desvanece nada se puede hacer por retenerlo:
i o que antes nos miróu tras dunha nube
ou trasparente gasa,
desque a gasa se rompe e a nube pasa,
Rosa, val moito máis que non nos mire.
(F. N. 309)
Nos parece que la postura reflexiva, teórica de este monólogo, responde a lo que Rosalía de Castro considera masculino. Las mujeres no teorizan, aunque sí pueden experimentar vivencias cuya base teórica es la misma. Así, la joven del cantar IX, sabe que el hombre a quien ella ama es considerado feo por las demás; dicen que parece un pájaro desplumado; tiene un apodo que insiste sobre su falta de atractivo: «cara de pote hendido». Ella se limita a decir: «si ellas te miraran como yo…» y nos da su versión del amado. En definitiva, es la puesta en práctica de la teoría anterior: el amor como prisma deformador de la realidad; como un punto de vista nuevo sobre ella.
Finalmente nos falta señalar aquellos poemas que están puestos en boca de personajes distintos al autor, aunque pertenecientes al mismo sexo. Los poemas son monólogos de personajes que aparecen caracterizados por su lenguaje, en general, muy expresivo, lleno de interrogaciones, admiraciones, diminutivos, interjecciones. El vocabulario y los giros sintácticos suelen ser índices de la clase social del hablante. Así, expresando en alta voz sus preocupaciones, o a través de retazos de conversaciones con amigas, vemos aparecer a la jovencita que pide un novio a San Antonio (C. G. 65), a un ama de casa (C. G. 130), a una muchacha de servicio (C. G. 137), a una devota de Santa Margarita (C. G. 147), a una mujer que abandona su casa para seguir a su amor (F. N. 219), a una viuda que pretende vivir un nuevo amor (F. N. 281), a la esposa de un emigrante (F. N. 287)…
En una ojeada retrospectiva podemos observar que la riqueza de puntos de vista en la obra de Rosalía de Castro depende fundamentalmente de su mayor o menor interés por la realidad exterior. En su primer libro de poemas se equilibran el egocentrismo del escritor novel, en el que predominan absolutamente el yo y la subjetividad, con la tendencia romántica a la poesía histórico-narrativa, y así, junto a íntimas confesiones líricas encontramos narraciones de hechos legendarios. En A mi madre el motivo que inspiró los versos —la muerte de su madre— eliminó toda referencia a otra realidad que no fuese el sentimiento del poeta. Por el contrario, Cantares gallegos supone una actitud de preocupación por el mundo exterior, lo cual se manifiesta en la riqueza de puntos de vista distintos que inciden sobre la realidad; no es la poeta, es el pueblo de Galicia el que habla en sus páginas. En Follas novas se equilibran la tendencia subjetiva y la objetiva (los mismos subtítulos en que se divide el libro indican el predominio de una u otra: «Vaguedás», «Do íntimo», son subjetivos; «Da terra», «As viudas dos vivos e as viudas dos mortos», tienen como tema la realidad exterior; «Varia» tiene poemas de las dos tendencias). En las orillas del Sar supone una vuelta a la intimidad del la poeta, una interiorización, en la que raramente y brevemente asoman todavía algunos personajes con su voz propia, con su personal punto de vista. Cuando la preocupación por la realidad exterior es predominante, las técnicas perspectivísticas proliferan: aparecen los poemas enteramente dialogados, los poemas de punto de vista masculino, los retazos de conversaciones, los monólogos sin introducción narrativa; se intenta por diversos medios una presentación lo más rica posible de esa realidad. Cuando el interés decae, monólogos y diálogos aparecen introducidos por la poeta mediante un preámbulo narrativo. Por eso, como hemos visto, los libros más interesantes para el estudio de la perspectiva son los Cantares y Follas novas.
Sevilla y Soria, dos paisajes del alma en la poesía de Antonio Machado
La crítica temática ha podido desentrañar en la obra poética de Antonio Machado un número reducido de temas: el amor, la muerte, el tiempo, el ansia de absoluto (o el afán de Dios)… Temas solidarios, en constantes correspondencias, que constituyen el núcleo informativo de una poesía sinfónica, grave, auténtica, profunda. Estos temas aparecen en la poesía como concreciones de una experiencia humana depurada por la palabra poética recatada que borra «la historia» para contar «la pena» (Soledades. Galerías. Otros poemas, VIII; en adelante: Sol.) y se vale para ello de un conjunto de símbolos que, más allá de la letra de la partitura, entran en estrecha correspondencia para tejer una red de significaciones y sugerencias sinfónicas.
Ahora bien, la partitura poemática es siempre un espacio poético, reflejo las más veces en la sustancia de la poesía de un espacio «real», es decir, de un paisaje visto o recordado, y es este paisaje re-creado el que genera el espacio simbólico abierto por el poema. El mismo Machado es muy consciente de la necesidad de esta multivalencia cuando aconseja dar doble luz al verso «para leído de frente y al sesgo», y es precisamente esta lectura al sesgo la que abre perspectivas de significaciones temáticas sugeridoras.
Entre los varios espacios poéticos que configuran el mundo de la poesía de Machado, dos sobresalen por su recurrencia y por su presencia en toda la obra. Cada uno procede de un paisaje privilegiado, tan profundamente interiorizado que es para el poeta un verdadero «paisaje del alma». Es obvio que un paisaje del alma no es sólo una imagen de representación, sino todo un complejo de ideas, de sentires, de afectos, etc., un complejo sin fondo, consciente e inconsciente. Por mera comodidad de abstracción podríamos titularlos, respectivamente, paisaje del alma de Sevilla y paisaje del alma de Soria.
El primero, el más naturalmente arraigado, es el paisaje de la infancia sevillana, el que constituye, naturalmente, el primer cuadro biográfico del poema «Retrato» (Campos de Castilla, XCVII; en adelante C. C.): «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero».
El segundo se fija más tarde, de 1907 a 1912 y más lentamente, en el retablo del alma.
El paisaje del alma
Examinemos primero, atendiendo a una lógica expositiva interna, el paisaje del alma que se fija en las tierras sorianas, en contacto directo con las realidades castellanas. Los poemas escritos en Soria revelan, a partir del choque afectivo que fue el encuentro, ya desde el primer viaje en mayo de 1907 (Sol, IX), con las tierras del alto llano numantino, un lento proceso de identificación con ese paisaje desnudo y abierto hacia un horizonte lejano en el que la tierra y el cielo yuxtaponen sus colores, lo blanco o lo morado, según la estación, recortado por el puro azul o la plomiza nube.
En esas tierras, «tan tristes que tiene alma» (C.C., CXIV, v. 565), el poeta encuentra un no sé qué reflejo de algo suyo. Por debajo, y a pesar de las adherencias míticas que la mitificada historia de Castilla, tan de moda en las primeras décadas del siglo XX, pone a esas crestas, a esas lomas, a esa curva del río, haciéndolas «crestas militares», «barbacanas», «recamados escudos», «curva de ballesta», etc., Machado se «abreva» con repetida complacencia en ese paisaje incansable contemplado desde la altura de un alcor, desde los álamos del río o desde algún camino blanco. El poema es entonces la re-creación de un paisaje visto con los ojos del alma, no alterado en su sustantividad, pero animado y humanizado de modo adjetivo para que sea también reflejo de la tonalidad anímica del poeta. De este modo se restituye el lazo de comunión afectiva con esa naturaleza, pues la relación de intimidad establecida es mucho más profunda, mucho más «vital», cabe insistir, que la visión histórica o social, auténtica por cierto, pero más bien adverbial. Cuando en «Orillas del Duero» (C.C., CII), el poeta exclama «tierra mía» (v. 18), puede que en su grito haya algo de exaltación patriótica (y el contexto impone tal lectura), pero la exclamación que sigue: «¡La agria melancolía / que puebla tus sombrías soledades!», es confesión de una intimidad melancólica compartida entre el yo poético profundo y esas tierras que desde la primera mirada le llegaron al alma («Campos de Soria», v. 139). Cuando se despide de ellas, en 1912, después del largo recorrido de insaciable contemplación, Machado, utilizando una vez más la prosopopeya para alzar el objeto a la altura de lo humano, pregunta a los campos de Soria: «¿o acaso estabais en el fondo de ella?» (v. 140), en el fondo del alma, de su alma. Lo cual es confesar que contemplar el paisaje soriano es, en cierto modo, contemplar la propia alma. La contemplación de lo de fuera es también autocontemplación. Esta dimensión profunda, íntima, del lirismo machadiano no borra ni adultera el compromiso patriótico y social del poeta, al contrario, lo enriquece, integrándolo en una totalidad humana. Sólo que el compromiso histórico es expresión de la ética de quien piensa que «estar en el mundo» impone una misión que cumplir, mientras que la preocupación por el «ser en el mudo», siempre viva, implica una perpetua búsqueda de sí.
Pero Soria es para Machado infinitamente más que el descubrimiento de algo suyo en el paisaje. Soria es el encuentro con el amor, con esa plenitud del amor que el poeta anduvo buscando hasta los treinta y cuatro años por los «caminos blancos» de «la blanca juventud nunca vivida» (Sol., I), tantas veces cantada y lamentada en sus Soledades y en sus Galerías. El poeta lleva a Soria, en 1907, su tristeza de hombre solitario, con añoranza de esa juventud perdida que «dos veces no pasa» por la puerta de la existencia (Sol., XLIII). Esta tristeza es la que permite establecer el lazo empático con la tierra desnuda y triste de Castilla, una Castilla que fue guerrera pero también mística…
La unión con Leonor es una «Pascua de resurrección»; el poema que lleva este título es un himno primaveral a las futuras madres, a la fecundidad, es la jubilosa exaltación de una primavera florida y anunciadora del fruto futuro… Debe subrayarse que es la única composición en toda la obra que, en sus cadencias y en sus palabras, rebosa de vital alegría.
Pronto la muerte rompe «el hilo entre los dos». Pero esta unión brutalmente cortada se fija y entra en el recuerdo en su momento de plenitud.
En adelante, en Baeza, en Segovia, durante la guerra y, desde luego, en varios poemas de C. C. escritos en Baeza, en Nuevas Canciones (N. C.), en Poesías de la guerra, el paisaje de Soria será mucho más que las imágenes de una tierra desnuda, triste, espiritualizada; será realmente un paisaje del alma, cuyo centro doloroso será el indisociable fundido de dos imágenes íntimas. La primera es la del balcón (el suyo, el de los dos) que da a la plaza de las acacias, representación, abierta hacia el campo, de la íntima felicidad; la otra es la imagen del «muro blanco y el ciprés erguido» del alto Espino, desde donde, más allá de la paramera y de la curva del río, se columbran los montes de violeta o el blanco Moncayo. Dos imágenes en el paisaje del alma, como dos entrañables símbolos de amor y muerte.
El paisaje de la infancia
Antes de ver cómo el recordado paisaje soriano se hace sustancia poética en los poemas posteriores a 1912, es oportuno volver al otro paisaje del alma, el de la infancia, borrado o por lo menos ocultado por el fuerte cuadro vivo que orienta los ojos del poeta hacia «lo esencial castellano» y al mismo tiempo, según se ha sugerido y según la ley del doble espejismo, hacia la búsqueda de algo de sí en las mismas cosas contempladas. De hecho, la luz de Sevilla no ilumina ninguno de los versos escritos en las altas tierras, como si otra patria materna hubiera ocultado las raíces primigenias.
Sin embargo, la experiencia poética plasmada en Soledades. Galerías. Otros poemas es, esencialmente, una afanosa búsqueda de sí mismo en el retablo de la memoria, en el cual el patio del palacio de Sevilla, «con su rumor de fuente», es el predilecto cuadro de referencia. Es bien sabido ya, desde Freud y tantos otros, que la casa familiar de la infancia es, para decirlo con palabras de Bachelard, el privilegiado «espacio de la estabilidad del ser» (Bachelard, 1957, p. 27). Además, es un aspecto de la obra de nuestro poeta que, por ser muy estudiado por la crítica, no necesita explicaciones que serían redundancias. Es preciso, no obstante, para entender el alcance de lo que será, a partir de octubre de 1912, patético enfrentamiento de dos paisajes del alma, puntualizar algunos aspectos de esa poética del espacio de la infancia.
En primer lugar, este espacio recordado se concentra en el cuadro bien recortado de un patio (o de un huerto o de una plaza) abierto hacia el añil del cielo y con algunos elementos fijos: la fuente, los naranjos, el limonero y a veces el ciprés erguido. Se trata, pues, de un paisaje fijado en el lienzo de la memoria pero que, según las vivencias, se anima discretamente gracias a algunas notas adjetivales, como toques impresionistas y sinestésicos: «los naranjos encendidos», las «frutas redondas y risueñas» (Sol., III), «la fruta bermeja», «los frutos de oro» (VII). El patio, la fuente, los naranjos, el limonero con, por encima, el cielo azul configuran un paisaje interior, un paisaje del alma, moldeable pero indeleble, punto extremo y privilegiado del diálogo del ser que es con el ser que fue. Generalmente, este paisaje irrumpe en el poema como una cálida iluminación que brota con deslumbrante sensación de plenitud («La plaza y los naranjos encendidos», III). Sensación de total plenitud y pura armonía claramente expresada por grupos adjetivales de valor absoluto: «frutas redondas y risueñas», «frutos de oro». Este destello efímero de plenitud recobrada afirma la certidumbre de un paraíso infantil (vivido sin conciencia) al cual se acerca el adulto (consciente) sólo a través de fugaces intuiciones. Porque si este paisaje del patio de Sevilla, por su constante presencia, dice al alma que hay algo en el ayer que «es siempre todavía», la conciencia clara le dice al hombre que «ayer es nunca jamás» (manera lírica de plantear el conflicto entre el deseo de afirmación ontológica, según Parménides, y la aguda conciencia del irremediable fluir heraclitano). De aquí el irreductible sentimiento de nostalgia que envuelve siempre las más logradas coincidencias afectivas con lo que fue. Es más; este anhelo de vivir de nuevo la plenitud de la infancia parece ser el impulso compensatorio de una frustración afectiva del hombre adulto.
Con qué alegría, al seguir las galerías del alma, el poeta encuentra el alma niña: «Galería del alma… ¡El alma niña! / Su clara luz risueña». Pero es para sentir más hondamente la soledad presente y añorar «aquel latido de la mano buena / de nuestra madre…». La expresión del deseo de «volver a nacer» «y caminar en sueños / por amor de la mano que nos lleva» (Sol., LXXXVII), es confesión de nostalgia de un paraíso perdido, de nostalgia de la «vida buena» (LXXVII) que se vivió, cuando niño, bajo la protectora afección de la madre. Visitando (en 1898 ó 1903, la fecha tiene poca importancia) «el patio de la casa que le vio nacer», el poeta fija las sensaciones, impresiones, intuiciones y sentimientos suscitados por el encuentro con un espacio que ya es paisaje del alma, en un poema que exigiría minucioso análisis (Sol., VII). Cada palabra, cada sonoridad, cada ritmo contribuye, en un primer momento, a crear (a captar) cierta misteriosa palpitación del aire, cierta vibración del tiempo («el hálito de abril»), en un ambiente cargado de presagios. Poco a poco, vacilando, asoma la intuición de una «ilusión candida y vieja», de algo de ayer que flota en el aire, y esta intuición depara la percepción sinestésica de «algún vagar de túnica ligera», de «un aroma de ausencia», de «unas fragancias vírgenes y muertas». El corazón en espera identifica, en esta «tarde sin flores», «el buen perfume de la hierba buena / y de la buena albahaca» (y la repetición de buena es a la vez plegaria y acción de gracias). Y el poeta se identifica («Sí, te conozco») con ese aroma del recuerdo, ese aroma que es la buena ternura de la madre.
Mas generalmente, la palpitación que anima la imagen del paisaje de la infancia es añoranza de plenitud afectiva. Más aún para quien se ve caminar por el camino blanco de la «juventud nunca vivida» (Sol., LXXXV), es decir, sin amor. Como escribe Bachelard, «el inconsciente […] está alojado en el espacio de su dicha» (Bachelard, 1957, pp. 29). El recuerdo del patio de Sevilla trae consigo, explícita o implícitamente, la presencia femenina y protectora de la madre. Por eso también, por eso sobre todo, el patio de Sevilla, el huerto claro, es paisaje del alma.
Enfrentamiento de dos paisajes
Se ha dicho ya que este primigenio paisaje no se hace sustancia poética durante los años vividos en Soria, como si no fuera entonces referencia activa en la vida interior. Pero el recuerdo permanece, tal vez estático, en la memoria, como dicen los primeros versos de «Retrato» (C.C., XCVII).
Aunque Baeza, ese pueblo «destartalado y sombrío» (C.C., CXXVIII), nada tiene que ver con la clara Sevilla, llegar a Baeza es, para Machado, volver a su tierra. Repetidos recuerdos, nos dice en varias composiciones («Recuerdos», CXVI; «Caminos», CXVIII, CXXI, CXXV), afirman que Andalucía es la tierra donde nació, que es su patria, y sin embargo, no vuelve a la vida ese paisaje del alma que informó tantas silvas y canciones de su primera colección. Tres poemas de abril de 1913 (CXXIV, CXXV, CXXVI), primera primavera sin Leonor desde 1909, más que otros, expresan el patético enfrentamiento de los dos paisajes del alma, el de Sevilla y el de Soria, el del patio de la infancia y el, alternativamente, del balcón a la plaza abierto (imagen del amor) o el del muro blanco y el ciprés erguido (imagen de la muerte de la amada), el del cariño materno y el de la plenitud amorosa. En realidad son dos poemas, ya que el tercero, el titulado «A José María Palacio» (CXXVI), no plantea ningún enfrentamiento: es una elegía inconfesada, o mejor, disfrazada tras un himno mezzo voce a la primavera y al paisaje sorianos. De este poema, cumbre del lirismo contemporáneo, tenemos el análisis impecable y conmovido de Ricardo Senabre, análisis de frente y «al sesgo» que revela cómo «la floración primaveral, entendida como resurrección, se traspasa imaginativamente a la esposa muerta» (Senabre, 1976).
Fijémonos, pues, en el texto más explícito de lo que bien podemos llamar enfrentamiento de los dos paisajes, en el poema CXXV, el que empieza por «En estos campos de la tierra mía». El poeta se siente «extranjero en los campos» de su tierra y da las razones, entre paréntesis: «tuve patria donde corre el Duero» y explica que esta patria es una totalidad de espacio y tiempo, de paisaje (peñas, encinares) e historia («Castilla, mística y guerrera»). No sorprende, pues ya en «Campos de Soria» y en «Recuerdos» (CXVI) había expresado, en la desesperanza de la despedida, todo su amor por aquellas tierras que se llevaba en el corazón («conmigo vais, mi corazón os lleva», CXIII, vii). Pero el poema no es la evocación de la patria de adopción (la vuelta atrás ocupa el breve espacio de un paréntesis de seis versos), es, al contrario, un lamento al comprobar que se ha roto el lazo con la tierra de la infancia: «¡Oh tierra en que nací!, cantar quisiera». Todo es patetismo, en efecto, en este poema. En los diez primeros versos, las reiteraciones lexicales (tres veces la palabra tierra con el posesivo, dos la palabra campo con su adscripción «de mi tierra» y «de mi Andalucía») y las reiteraciones sintácticas son verdaderas imploraciones. La convocación, luego, en una amplia frase panorámica, que se extiende en dieciséis versos, de todas las imágenes de Andalucía que el recuerdo proporciona y que tuvieron vida, todas, es imprescindible notarlo, en poemas de Soledades. Galerías…, es una patética invocación, una llamada. Ni siquiera la evocación del patio de Sevilla (el mismo exactamente que permitió el feliz encuentro con el pasado en el poema «El limonero lánguido», comentado más arriba), con su «huerto» y «el limonero / de ramas polvorientas», y «la fuente» y «[el] aroma de nardos y claveles / y un fuerte olor de albahaca y hierbabuena», permite restablecer el contacto afectivo. El patetismo alcanza aquí su clímax; a pesar de rodos los esfuerzos, de la voluntad, de la razón del corazón, el alma no reconoce como suyo el paisaje de la infancia. «Mas falta el hilo que el recuerdo anuda / al corazón […] o estas memorias no son almas». Sí, este poema es expresión de un íntimo conflicto, que puede leerse de frente, conflicto entre dos paisajes del alma, y al sesgo, entre dos amores, el amor materno y el amor de la amada.
Vence, al parecer, el paisaje de Soria. Efectivamente, en un poema posterior, el soneto II de «Los sueños dialogados» (N.C.), confiesa el poeta: «Nadie elige su amor […] Mi corazón está donde ha nacido / no a la vida, al amor, cerca del Duero».
Sin embargo, los dos versos finales del poema CXXV, que comentamos:
Un día tornarán, con luz de fondo ungidos,
los cuerpos virginales a la orilla vieja
…afirman una certidumbre.
El poema es expresión de un patético esfuerzo para reanudar el hilo con el paisaje de la infancia, y es también la comprobación de que es un deseo imposible… por el momento. Pero el mañana no está inscrito en un momento; lo dice el futuro. Estos versos finales bien pueden leerse y glosarse así: Los «cuerpos virginales», puros, volverán desde el fondo de la perspectiva del tiempo vivido, consagrados por la luz primigenia, la luz de la infancia. En cuanto a «la orilla vieja», si orilla es, simbólicamente, orilla de la vida, es decir, orilla de la muerte, como sugieren varios críticos, sería el final de la vida. Si esto es así, estos últimos versos pueden verse como premonición, otra premonición de nuestro poeta…
Obras citadas
Sólo son dos. Pero este estudio debe mucho a los innumerables comentarios sobre la obra de Antonio Machado. Como cualquier labor crítica, es resultado del lento madurar, durante más de teinta años, de una reflexión, varia y múltiple, fervorosamente aplicada a comprender la poesía de estos «universales del sentimiento» que Antonio Machado, más que nadie, supo decir y sugerir.
Bachelard, Gaston (1957): La poétique de l’espace. Paris, PUF.
Senabre, Ricardo (1976): «Amor y muerte en Antonio Machado (El poema «A José María Palacio»)», Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, núm. 304-307, pp. 944-971.
Recuerdos de un renacer del poeta Antonio Machado
En 2003, tras una subasta pública que se llevó Unicaja, se publicaron los “papeles de Sevilla”, un conjunto de cartas, poemas, prosas, borradores, fotografías, que la familia Machado había conservado y que se hacían públicas por primera vez. De aquello guardo algunos recortes y, sobre todo, un hilo que los ata al alma, por usar palabras del poeta para distinguir los recuerdos verdaderos:
…mas falta el hilo que el recuerdo anuda
al corazón, el ancla en su ribera,
o estas memorias no son alma. Tienen,
en sus abigarradas vestimentas,
señal de ser despojos del recuerdo,
la carga bruta que el recuerdo lleva.
Un día tornarán, con luz del fondo ungidos,
los cuerpos virginales a la orilla vieja.
Entre otros muchos documentos, se publicaron unos cuadernos de aritmética, con los que Antonio Machado se preparaba las oposiciones para el Banco de España hacia 1906, o borradores como el del “Poema de un día”, autógrafo de la etapa de Baeza (1912-1919); o el del poema CLVIII de Nuevas Canciones, escrito en 1922. Un apartado epistolar, donde hallamos la primera carta a José Ortega y Gasset, escrita hacia 1924, en la que asoma cierta discrepancia con su entonces admirado maestro. Un poema que probablemente alude a Guiomar, escrito hacia 1927, o un texto escrito hacia 1925, que es ejemplo de la dificultad que supuso en muchos casos poder leer los rectificaciones y tachaduras de Antonio Machado. Un poema dedicado a Rabindranath Tagore, escrito entre 1914 y 1918 (I Guerra Mundial), cuando se esperaba que el poeta bengalí visitara España, una visita larga y minuciosamente preparada por Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, que al final no se produjo; tres poemas dedicados a Guiomar, escritos con posterioridad a 1927, y uno de los pocos autógrafos de Manuel Machado de los manuscritos, dedicado a Manuel de Falla, publicado en ABC el 20 de Enero de 1947, al día siguiente de la muerte del poeta. una breve biografía del padre de los hermanos, Antonio Machado y Álvarez, a quien su hijo Antonio profesaba gran devoción y del que aprendió afición y respeto por el folclore, como verdadero «saber del pueblo», escrito hacia 1911. No faltaron algunas rarezas, como el manuscrito inédito de Juan de Mairena, escrito en torno a 1934, perteneciente a una colección de doce inéditos, en páginas sueltas, que Machado desestimó, o extravió, para la primera edición de este libro en 1936. Libro que, con el tiempo, se ha afianzado como una aportación decisiva al pensamiento español. O el texto escrito a los pocos días del asesinato de García Lorca, en agosto de 1936, o la carta escrita en junio de 1912, de Antonio Machado a su madre, dándole cuenta de la enfermedad de Leonor. También los apuntes de sus “Cuadernos de Historia”, en el que repasa el reinado de Fernando VII y en el que Machado incluye entre paréntesis un desahogo personal, cuando se refiere al desembarco de los 100.000 hijos de San Luis («1000 h. de p. S. Luis», escribe), que en 1923 restablecieron el poder absoluto del monarca.
En aquel tiempo se preparó una exposición, donde pudimos ver la mayor parte de los manuscritos en los Reales Alcázares de Sevilla. Fue preparada, como la posterior y más amplia de 2010 por Antonio Rodríguez Almodóvar. De aquello guardo unas notas:
Los papeles machadianos que ahora se exponen son manuscritos. «Cada vez van a ser mas valiosos porque nadie escribe ya a mano», dice Almodóvar. Hay tres cuadernos y unas setecientas páginas sueltas, «que hemos leído concienzudamente, hasta lo tachado. Y eso que la letra de Machado no es fácil, lo parece, pero es engañosa». Los borrones son importantes para los filólogos, porque nos dicen cómo ha sido la gestación de un poema y nos da sus variante».
Los manuscritos y cuadernos estaban físicamente entre Madrid y Chile, e incluso alguno en Rusia, en manos de la hija de José Machado, Eulalia, que fue una «niña de la guerra». El resto estaba en manos de otra prima, Leonor, hija de otro de los hermanos Machado, Francisco, en Madrid. Leonor es quien mejor se acuerda de su tío. Dice que era un fumador empedernido y no rompía nunca un papel, siempre los arrugaba y los tiraba el suelo.
La conservación de los documentos es buena, «la familia se reunió y quiso ordenar todos los cuadernos y papeles. No hubo problemas. Querían que vieran la luz juntos». El resultado de la investigación han sido diez tomos tras dos años de trabajo.
La mayor parte de los papeles son de Antonio, «de Manuel la mayoría se quedaron en Burgos, donde vivió». Y, como ocurre en muchos casos donde aparecen documentos, hay también sorpresas. «Una de ellas es que ha aparecido un verso dedicado a Sevilla en una hoja suelta. Es un verso inédito que dice así: «entre la luz dorada de Sevilla, abierto el corazón al mundo». Ahí se pone de manifiesto el carácter universal que Machado le otorga a la ciudad de Sevilla», afirma el investigador.
Hay también una curiosa carta dirigida al escritor Gregorio Martínez Sierra donde Antonio Machado se queja de que lo tratan mal los editores por cuestiones económicas. «Doscientas pesetas como precio de un libro paréceme francamente denigrante», escribe Machado en 1912.
Otro dato curioso es la primera dedicatoria de un poema que Machado hace a los hermanos Álvarez Quintero y que luego tacha. «Al final se lo dedica a Ramón Pérez de Ayala. A Machado la versión andaluza de los Quintero no le gusta, incluso lo escribe en un capítulo de Juan de Mairena donde dice: «si esto es Andalucía, prefiero Soria». El folklore de los Quintero le parecía insufrible».
Hay también apuntes de literatura, cuadernos para sus clases y notas. En una de ellas aparece la gestación del aforismo: «todo necio confunde valor y precio». Machado escribe primero: «Cuanto vale, se ignora y nadie sabe ni ha de saber cuanto vale el precio». Así comenzó el trayecto.
Además, revela algo importante en una de las canciones inéditas dedicadas a Guiomar, «por la que podemos saber algo más de esta relación. Dice el poeta: «me buscaste un día. Yo nunca a tí, Guiomar…».
Carta de Antonio Machado a José Ortega y Gasset
Santiago Belausteguigoitia. Sevilla. EL PAÍS, 21 de febrero de 2004. Página 36.
Algunas notas:
Página 35: “Sobre todo cuando se van conociendo ecos como el de aquella coplilla de Antonio Machado:
“La República ha venido / de brazos de un capitán. / Niñas, cantad en coro / ¡Viva Fermín Galán.”
Página 113: “De vez en cuando, al calor de un hecho agudo, se me ocurría pergeñar alguno. Pero ni siquiera los utilizaba en nuestros recitales. Todos ellos han ido desapareciendo en el olvido con la misma discreción con que fueron naciendo. En los recitales, aparte los textos de García Lorca, o de Antonio Machado, o de Alberti cuando la defensa de Madrid, mi gran éxito personal era la adaptación que hice de uno escrito por un socialista asturiano: el “Romance de la muerte de un comandante”: “¡Comandante, comandante / cómo te mira hoy España!”
Página 145: “Muchos años después, Manolo Valiente, un escultor poeta anarquizante que gestionaba la Fundación Antonio Machado me dijo en Collioure que aquel día en la Diagonal barcelonesa, fue la primera vez que vio “la poesía volar por los aires.”
Página 168-169: “La noticia de la muerte de Antonio Machado en el vecino pueblo de Collioure no me pareció causar especial conmoción fuera de los más o menos reducidos grupos de intelectuales, en los que se sintió como una gran desgracia más, en el caótico ambiente de confusión. Viene a colación, porque la triste noticia nos llegó gracias a un teniente del Ejército francés, intérprete oficial de aquellos campos. Gaston Prats, miembro de una muy acomodada familia de viticultores del Rosellón, era un hispanista de pro que acababa de pasar siete años en España como becario en la Casa Velázquez de Madrid. Había hecho el mítico viaje de la Alcarria y era un gran admirador de Federico García Lorca, sobre todo. Fue el hombre providencial para que pudiésemos llevar adelante nuestras actuaciones culturales. Y gracias a su ayuda, igualmente, pudo mantenerse allí Adelita.”
Gastón Prats fue uno de los que principalmente se ocuparon de la familia Machado cuando hubieron de apearse del tren en Collioure e instalarse en el Hotel Quintana; les acompañó en los días de la muerte del poeta y de doña Ana, su madre; me contó cómo se había preparado la bandera tricolor que envolvió el féretro; logró el permiso para que fuesen oficiales del Ejército Republicano —que, sancionados, estaban recluidos en el castillo del pintoresco puertecito— quienes lo llevaron a hombros hasta el cementerio. Unos días más tarde, Gastón recibió al hermano, Manuel Machado, llegado de la España franquista con un permiso especial de breve duración.”
Página 231: “Y como inscripción bien visible, la cuarteta de Antonio Machado: ¡Madrid, Madrid, qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas; / la tierra se desgarra, el cielo truena / y tú sonríes con plomo en las entrañas!
Página 315: “Se instaló el Consejo de la Paz en la Maison de la Pensée Française – “Casa del Pensamiento Francés” -, institución cuyo origen y contenido preciso yo no conocía. Debió ser uno de los edificios ocupados por los guerrilleros comunistas franceses durante los combates por la liberación de París; en todo caso, gozaba de gran prestigio en los círculos intelectuales progresistas. Allí, por ejemplo, se organizó el primer homenaje internacional al poeta español muerto en el exilio Antonio Machado, que, entre otras manifestaciones, dio lugar a una gran exposición de obras de casi todos los pintores españoles de la Escuela de París. No cito nombres para no olvidar a nadie; pero diré que se expuso por primera vez en público el cuadro de Picasso A los españoles muertos por la Libertad en Francia.”
Página 368: “Al terminar se visionó la película completa, y me presentaron al traductor. No reparé en su nombre. Con gran satisfacción, oí que me decía algo así: “Nunca pensé que pudiera encontrar en París una voz como la suya para decir un poema de esa manera. ¿No cree que parecen versos de don Antonio Machado?”. “ Pues sí —le contesté—, sobre todo en la plegaria final, la que se dice durante el lento paso de la cámara por la cripta de la catedral.” La alusión a don Antonio Machado me dejó pensativo.”
Página 428: “Al regresar de Alemania, varios participantes en el viaje pasaron por París y nos visitaron en la Casa de la Radio. Uno de ellos conocía a nuestro director francés, Supervielle. Creo que se llamaba Baeza. Recuerdo otro nombre, el de Prados Arrarte. Pero sobre todo acude a mi memoria el de Dionisio Ridruejo, de quien yo tenía noticias como poeta falangista. Se me había dicho que era uno de los autores de la letra del famoso himno «Cara al sol». Yo sentía cierta oscura simpatía hacia él porque era oriundo de esa región típicamente castellana donde también nacieron mi padre y mi madre, al sur de Burgos, en las lindes con Soria; y en lo que conocí de su obra lírica me parecía percibir el tono de honda austeridad fluyente de aquellas tierras «tan tristes que tienen alma», como dijo Antonio Machado. Además, la hermana de mi compañero en la batalla del Norte durante la guerra, Vázquez Sarasola, había ido a entroncar con una familia Ridruejo en Aranda de Duero. Naturalmente, les hice una entrevista, centrada en la personalidad y evolución de Ridruejo. Me explicaron sin ambages los motivos y los resultados de su viaje a Munich, y reafirmaron su postura crítica con respecto al régimen franquista. Ello despertó tal expectación que un redactor del diario hablado en francés me pidió que le ayudara a grabar otra entrevista con ellos para su informativo. En París se nos dijo que, a su regreso, alguno de los viajeros de Munich fue desterrado al Sahara español.”
Volviendo a los papeles, Uno de los tesoros encontrados entre los manuscritos es una carta de Antonio Machado dirigida al filósofo José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1955). Se trata de una misiva que no figura en la exposición de los Reales Alcázares de Sevilla.
Querido Ortega: leyendo su trabajo Ni Vitalismo ni Racionalismo, veo cuán hondamente preocupa a V. la ausencia, en España, de un pensar riguroso, de una cierta incapacidad —que no es absoluta— para filosofar. A mí me ha preocupado otra gran ausencia: la de una emotividad lírica, a partir sobre todo de nuestros clásicos. ¿No es un hecho evidente —me pregunto— que en España no ha llegado a madurar ni una filosofía, ni una lírica?,
escribe Machado en el inicio de la carta, que no está fechada.
La misiva demuestra la enorme cultura y la profunda inteligencia de un Antonio Machado capaz de adentrarse en la historia de la literatura española con ideas propias y originales. El teatro de Calderón de la barca, por ejemplo, es uno de los hitos literarios que le ayudan a conocer la forma de pensar de los españoles.
Otro libro, del que no tenía referencia
…pero que, afortunadamente, he podido encontrar, no sin cierta dificultad
Julián Antonio Ramírez Ici Paris. Memorias de una voz de libertad. Alianza Editorial. Madrid, 2003.
Todo está permitido porque lo real se agita como rata que se tragó el veneno.
(Alain Bosquet)
De Rafael Sanchez Ferlosio
Sólo quiero decir que la barata literatura que se desencadenó a raíz de la llegada a la luna dio en ignorar tan enorme diferencia, remasticando el hecho en una representación pueril. El público, que percibía cómo las prótesis separaban al astronauta de la luna tanto como le permitían andar por ella, reprodujo en sí mismo, en cierto modo, una relación análoga, sintiéndose tan obligado a prestar fe a la noticia como intuitivamente distante e indiferente frente al hecho. Los primeros, emocionados entusiasmos no me hacen objeción; el concepto en vacío puede por un momento ser “caldera al rojo”, como decía Mairena; pero si la intuición tarda en llenarlo, se enfría y descubre su inconsistencia empírica.
Rafael Sánchez Ferlosio, Mientras los dioses no cambien nada ha cambiado, Madrid, Alianza Editorial, 1987, pág. 10.
Alain Bosquet
Todo está permitido porque lo real se agita como rata que se tragó el veneno.
Si no podéis,
o no queréis
—inhombres como ellos—
impedir sus múltiples despojos,
pensad al menos
que, matándolos como a ovejas trucidadas,
están silbando a sus víctimas
de lo común y verdosa cobardía,
del miedo, todo rata,
de la vergüenza mural y congestión.
Que en el lema carnívoro
del hacha y la serpiente
llevan el crimen
al madrugón del Paleolítico.
Que si hablan mal de España,
Cervantes los deshace
con sólo un par de líneas,
y vendrán Fray Luis y Federico y Don Antonio
a rematarlos
con el tiro de gracia
poética.
Que si guardan su patria,
empinada de pólvora y tapiales de tibias,
convertirán a muchos sin esfuerzo
en patriotas de todas las galaxias siderales.
Ellos, en la oscuridad de sus loberas,
no contaban ayer,
día del crimen feral,
con todo esto.
(Alain Bosquet)
Julián Antonio Ramírez. Antonio Machado en España. Boletín nº 9. FAM Collioure. 2001
Es una presencia permanente. A cada paso, en la prensa escrita, surge el eco que aviva el recuerdo de nuestro poeta. Aunque vayan desdibujándose, tal vez por harto manidos, algunos versos que iban pareciendo algo tópicos, como aquel aviso al caminante… “no hay camino
Se hace camino al andar”,
que incluso el Rey repitió en algunos mensajes navideños, nunca pasa mucho tiempo sin que uno lea u oiga en cualquier otro medio de comunicación, alguna reflexión machadiana. Dos muestras de ello, las siguientes, datan de la primavera pasada. Son recortes de diarios alicantinos:
El director de la Casa Museo Azorín de Monóvar presenta hoy, en la inauguración del Congreso Internacional sobre Antonio Machado que se celebra en Segovia hasta el sábado, una ponencia sobre la relación entre ambos escritores, bajo el título “Azorín y Machado. Trasfondo literario y político de sus relaciones”.
En el otro se ironiza textualmente:
Estoicamente y algo atónito aguantó ayer el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Alicante, Pedro Romero, el acto infantil celebrado en la plaza del consistorio con motivo del día del Libro. Más que nada porque el presentador del acto, rodeado de niños por todos lados y con la presencia de romero, tuvo la idea de recordar y recitar el poema escrito por Antonio Machado en 1931 con motivo de la proclamación de la República.
Para quien conozca al edil alicantino, la cosa tiene chispa.
Pasando por alto muchos otros recortes, nos detendremos en la reseña de un diario madrileño fechada a fines de julio. Se refiere a un acontecimiento que ha sido ya objeto de muchos comentarios. Pero no está de más recordar algunos flecos:
Titulares de otros años más lejanos
Sevilla. Reconocimiento. Serrat, el “Machadiano”.
El cantautor recibe un homenaje por difundir la obra del poeta.
Joan Manuel Serrat llegó pronto al Ayuntamiento.
“Siempre me han gustado mucho los besos, soy muy besucón”, bromea, micrófono en mano, cuando llega el turno de su intervención. “Este premio representa un beso muy bonito… y el primero pagado que me dan en la vida”, dijo Serrat al recibir el galardón, dotado con dos millones y medio de pesetas. “Lo he hablado con mi familia y está de acuerdo en que este dinero se lo repartan dos ONG de Sevilla y Soria”, añadió. El cantautor habló de los obstáculos que hubo de vencer para sacar el disco “Dedicado a Antonio Machado” en 1969:
“La compañía de discos no tenía fe. Accedió a grabarlo por el éxito que habían tenido los discos anteriores, que habían sido números uno en ventas. Así que lo grabé sin su visto bueno.”
De paso, Serrat ajustó ciertas cuentas con los que no supieron valorar su trabajo, y sentenció:
“La cátedra no fue de lo más halagüeña. Fue dura y despiadada, quizá por aquello que escribió Machado a orillas del Duero sobre la gente que despreciaba lo que ignoraba.”
Serrat, según reconoció ayer, se aprovechó de Machado. “Yo quería decir cosas y no sabía cómo. Y lo que yo quería decir estaba ya dicho en los poemas de Machado”. Poesía clara, vigente… “sus poemas tenían vigencia cuando Machado los escribió. Y también cuando saqué el disco. Incluso ahora”.
Iba a poner punto final cuando rescato otro apunte.
Con motivo del centenario de la generación del ‘98, una evocación en una revista de mis alumnos:
Unamuno, Valle-Inclán, Machado, Azorín, Maeztu… Son los miembros más ilustres de la llamada generación del 98, que intentaron con su pluma regenerar España. Más allá de consideraciones políticas, todos ellos forjaron una época de gran esplendor de las letras españolas. Casi todos son jóvenes intelectuales de distintos puntos de España que lleva a cabo su aprendizaje literario en el Madrid de los últimos años de la Regencia. Más que un criterio común les une un sentimiento por recuperar la dignidad nacional. Rodeando una foto de los hermanos Machado, la página dedicada a todos esos rebeldes termina así: POETA EXTRAORDINARIO Y HOMBRE de gran calidad, Antonio Machado merece cerrar este rápido repaso por la nómina del 98… Se mantuvo fiel a la República hasta el final, pero se vio obligado a huir a Francia en 1939 con su madre y en penosas condiciones. Moría poco después en Collioure y tres días más tarde fallecía su madre. El tiempo, la muerte y Dios, los temas fundamentales de su obra se mezclan con nostálgicos recuerdos de su infancia consiguiendo un tono de soledad y melancolía que le hace inconfundible. En ese “rápido repaso” se cita como uno de “los autores importantes del siglo, perteneciente a la “generación del 98, a Pío Baroja, de quien se dice que “tenía escasa fe en el ser humano” y “pensaba que la vida carece de sentido” (“Por instinto y por experiencia —dijo— creo que el hombre es un animal dañino”). Pues bien, pocos días antes había hojeado un libro titulado Aquí París que es una recopilación de crónicas, ensayos breves, artículos escritos por Pío Baroja en la capital francesa donde estaba desde los comienzos de la guerra antes de regresar a la España franquista. Uno de esos escritos esta dedicado a los Machado. Interesa repasarlo textualmente: Antonio Machado era un hombre bondadoso, persona de sentimientos nobles y capaz de sostener una actitud difícil. El otro hermano, Manuel, era un señorito de poco fiar. Yo conocí a ambos hermanos en Paris a finales del siglo XIX, y entonces Manuel hacia numerosas maniobras para salir de sus atrancos. No tenía muchos escrúpulos. Hallándome yo en París, al final de la guerra civil española, en la Ciudad Universitaria, recibí una carta de Antonio en la que me decía: “Siento la miseria de usted. Le veo paseando por los bulevares de Paris, solo, con las botas rotas, el gabán raído”. Ya era bastante que Antonio Machado tuviese compasión de mi y me lo manifestara cuando el se encontraba en una situación tan mala o peor que la mía. Yo tenía simpatía por Antonio Machado, y en cambio no la tenía por su hermano que era un cuco que se dedicaba a poner su vela en la dirección que le convenía. Al terminar la guerra civil se presento en la Casa de España de la Ciudad Universitaria, Navarro Tomas, y me entregó una nueva carta del poeta Antonio Machado, una cosa muy triste, que me deja profundamente preocupado. Era aquella la carta de un hombre en la agonía. Releí carta con tristeza. —¿Qué es?—me preguntó uno que estaba en la gala, y a quien yo apenas conocía. —Este pobre Antonio Machado —dije— debe estar muy enfermo. Me ha escrito una carta que parece la de un moribundo. —¿La tiene usted ahí? —Sí. La saqué del bolsillo y se la di para que la leyera. El la cogió, la rompió y tiró los pedazos menudos par la ventana del salón. —Pero, ¿por qué ha hecho usted eso? —le dije yo. —Le puede perjudicar a usted —me contestó con frialdad el acompañante. Antonio Machado era muy amigo mío. Me entristeció su muerte y luego el saber que había muerto abandonado. Los dos poetas españoles mejores del tiempo murieron de una manera triste. García Lorca en una carretera de la provincia de Granada. Antonio Machado en un arenal de la costa francesa del Mediterráneo, próximo a la frontera de España. Curioso texto. Hay cosas que le dejan a uno perplejo. |